La recompensa (703-720)
Tales cosas entonces de su plácida boca el Saturnio dejó salir:
«Decid, justo anciano y mujer de su esposo justo
digna, qué deseáis». Con Baucis tras unas pocas cosas hablar,
su juicio común a los altísimos abre Filemón:
«Ser sus sacerdotes, y los santuarios vuestros guardar
solicitamos, y puesto que concordes hemos pasado los años,
nos lleve una hora a los dos misma, y no de la esposa mía
alguna vez las hogueras yo vea, ni haya de ser sepultado yo por ella».
A sus deseos la sigue: del templo tutela fueron
mientras vida dada les fue; por sus años y edad deshechos,
ante los peldaños sagrados como estuviesen casualmente y del lugar
narrasen los casos, retoñar a Filemón vio Baucis,
a Baucis contempló, más viejo, retoñar Filemón.
Y ya sobre sus dobles rostros creciendo una copa,
mutuas palabras, mientras les estuvo permitido, se devolvían y «Adiós,
mi cónyuge», dijeron a la vez, a la vez, escondidas, cubrió
sus bocas un arbusto: muestra todavía el tineio, de allí
habitante, de su doble cuerpo sus vecinos troncos.
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